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domingo, 12 de febrero de 2012

La belleza de las sombras

No podía quitarse su imagen de la cabeza: Sus ojos dorados, tan terroríficos y al mismo tiempo poseedores de una hermosura que ningún ser humano podría siquiera imaginar. Sus etéreos cabellos, que refulgían un brillo plateado como el de la luna llena y flotaban a su alrededor, burlándose de la gravedad. Su mente fría y despiadada. Ese halo de luz que desprendía con cada movimiento.
Quería volver a verlo. No por amor, ni por atracción, pues era tan imponente, tan poderoso, que se sentía como un vulnerable insecto a su lado, demasiado inferior como para que despertara en ella algún deseo. El motivo era su belleza. Resultaba tan fascinante, tan mágico... que no soportaba la idea de alejarse de él para siempre.
Entonces, lo comprendió. Cuando la llamara, acudiría sin remedio, aunque no se sintiera orgullosa de hacerlo. Sabía que su aspecto de ángel era una fachada para esconder su verdadera esencia, que no era otra que el mal más puro, una fachada que estaba destinada a provocar los sentimientos que ella experimentaba. Pero no podía resistirlo. Las ganas de tenerlo ante ella una sola vez más eran superiores a todo...
Incluso al miedo de saber que el castigo de tratar con demonios era la eternidad en el infierno.

viernes, 10 de febrero de 2012

Destinado a estar contigo

Lo miró con aquellos ojos cristalinos como el agua. Estaban manchados por el miedo.
¡Era insufrible!
Después de todo lo que había pasado por ella y aún así se sentía culpable por hacerle daño. Maldita fuera por tener aquella mirada de gatita desvalida que rompería el corazón al mismo diablo. Pero no. No iba a consentir que lo manejara como a una marioneta nunca más. Esa mirada era una trampa. Ella sabía cómo se le partía el alma cada vez que lo miraba así. No podía ceder. Debía mantenerse firme.
Ella se dio cuenta de que su súplica no tendría respuesta. Con un encogimiento, apartó la mirada. Él pudo ver como un destello corría por su mejilla. Una lágrima que no tardó en ser seguida por muchas otras, que empaparon su preciosa piel de porcelana.
Maldita fuera.
-¡Está bien!-gritó, y en lo más profundo de su alma, se alegró de haber cedido a la tentación.-Me quedaré contigo.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Apocalipsis

Como habían dejado de amarlo, decidió acabar con todos.

Nadia A.S

Canción de los Sueños


¿Me creerías si te contara

Que quiero tocar una estrella?

Imaginas que el lobo aullara,

¿y yo a su voz respondiera?

Ojala la noche nos riñera

Por gritarle que estamos cada vez

Más cerca de Nunca Jamás.


Nadia A.S

martes, 7 de febrero de 2012

Cuando el mundo se derrumba...

Que hermoso es el vuelo de un pájaro herido

Quisiera tener su voluntad para llegar a mi destino

Pero el aire no sopla y siento que ya me han vencido

Dime qué sentido tiene luchar por algo perdido,

Dime que sabes que en el fondo de este pozo

En el que mis huesos se han hundido

Queda algo de esa luz

Que yo creí haber tenido.


Nadia A.S

Esos ojos

Una vez ves esos ojos, no hay nada que pueda sorprenderte en ningún lugar del mundo.
Esos ojos son del color de las esmeraldas... no, eso no es cierto. Las esmeraldas son del color de esos ojos. Porque es injusto situar las esmeraldas por encima de ellos. Las esmeraldas son simples piedras cuya única hermosura reside en el color. Pero esos ojos no tienen sólo un color bello. Son grandes, enmarcados por espesas pestañas. Su mirada es intensa y están dotados de tal expresividad que se puede leer en ellos cualquier pensamiento, cualquier emoción que su dueño sienta...
Pero ninguna descripción, ni siquiera si viene de la mano del escritor más hábil, es suficiente. No hay palabras en ningún idioma que puedan expresar su belleza, no hay elogio que no quede reducido a insulto al referirse a ellos.

Son indignos de un ser humano. Son los ojos de un dios.

Nadia A.S

Bambi y el Cazador

El cervatillo estaba oculto entre los arbustos, tan bien camuflado que ni el humano más experimentado en el arte de la caza hubiera podido detectarlo: los humanos no entendían la naturaleza tan bien como el resto de los animales.

Pero él sí podía verlo, porque ni era humano, ni era un cazador. Era El Cazador. Sus sentidos estaban más desarrollados, su cuerpo era más fuerte y su paciencia, mayor. Ese adorable animalillo de patitas de alambre y pelaje rojizo no podía esconderse de él. Nada podía esconderse de él.

Lo miró con atención. Apenas tendría unos meses. Aún carente de cuernos y tan pequeño como era, se encogía sobre sí mismo y temblaba, aterrado. Sabía que había peligro cerca. Y sabía que era un peligro del que no podía huir.

El Cazador rió. El cervatillo estaba aterrorizado, cosa que era realmente irónica: El que se asustaba era él, al que no tenía intención de dañar y sin embargo, la inocente excursionista que caminaba por el bosque junto a su novio, hermano o lo que fuera, que era la que debería haber echado a correr, mostraba una radiante sonrisa en la cara.

Humanos... pensó, despectivo. Humanos. Esas inocentes criaturitas estúpidas e hipócritas demasiado confiadas en su supuesta inteligencia como para darse cuenta de que había algo más allá de lo que ellos consideraban "lógico y razonable". Por eso, ni la muchacha ni su acompañante intuían lo que se avecinaba, a diferencia del cervatillo: Porque no era ni lógico ni razonable.

Dejó a Bambi a un lado y observó a la chica. Una joven de estatura normal, delgada, con la cabeza pequeña y el rostro ovalado, labios carnosos, nariz larga, ojos verdes y cabellera rubia, recogida en dos coletas caídas, una con gomilla negra y la otra con una roja, a juego con su vestimenta: un top negro con un apetitoso escote, y unos pantalones blancos, con dos rallas rojas en cada pernera.

Una sonrisa que amedrentaría al más fiero león deformó el rostro del Cazador. Se preguntó si el chico sería lo bastante idiota como para intentar defender a la chica. Se preguntó si huiría lo más lejos posible y deseó que fuera así, porque no le apetecía ensuciarse más de lo necesario sólo por su capricho de comer a deshora.

Antes de saltar sobre la chica y de concentrarse sólo en arrancar los pedazos de su carne, sin prestar atención a sus gritos agónicos ni a la sangre que le manchaba la cara, se preguntó también si ese chico sería lo suficiente ingenuo como para pensar que alguien creería que, mientras paseaba por el bosque, un monstruo de largos dientes afilados y ojos rojos sin pupila se había comido viva a su compañera, a bocados, delante de sus narices.


Nadia A.S

Nuestro último mensaje

Lo he comprendido al cerrar los ojos.

He comprendido que te has marchado, que te has marchado para siempre, que jamás volveré a oír tu voz ni a ver sus ojos, que todas esas oportunidades desperdiciadas que tuve de mostrar mi cariño nunca se repetirán… He comprendido que echaré de menos hasta que mi corazón no lata aquello que no he sabido valorar cuando lo he tenido entre mis manos, que lloraré dos veces al año durante toda la vida: El día en que naciste y el día en que te has ido.

Hoy, ahora, sola en la oscuridad exterior e interior, te pediría perdón una y mil veces por no haberte dicho cuánto te quería, por no haber sabido darme cuenta de que este día llegaría a pesar de que lo debería haber sabido, porque todos lo saben, porque no existe nada más natural que el sueño eterno… Acabo de perder el miedo a aquello que regresa de la muerte, sencillamente porque deseo, oh, y sólo mis semejantes pueden saber cuánto, que regreses de ese lugar misterioso del que todos hablan y nadie conoce, o al menos que ese lugar exista. Así, algún día, no sé bien cuándo, podré volver a ver tus ojos, volver a oír tu voz…


Nadia A.S

lunes, 6 de febrero de 2012

La Doncella


A pesar de mis súplicas, mis padres no querían que me casara con ese hombre. Lo miraban con malos ojos y decían que no debía fiarme de él. Pero yo lo amaba tanto...

Él me pidió que me fugara, que nos fugáramos juntos. Lo tendría todo preparado para esa misma noche. Nos reuniríamos en las afueras del palacio, donde me esperaría con un carruaje. Lo único que yo tenía que hacer era coger algunas de mis joyas, porque necesitábamos dinero para comenzar nuestro viaje. A medianoche, escapé de palacio. Recorrí los jardines y me aseguré de que nadie me había visto. El tiempo parecía haberse detenido. No corría nada de viento. No ladraban los perros ni cantaban los grillos. El universo contenía la respiración mientras me veía correr, hasta que por fin, llegué a la puerta principal.

Me tapé la cabeza con la capucha para que nadie que pasara por allí pudiera reconocerme. Sabía que todo era muy arriesgado y peligroso, pero los temblores que sacudían mi cuerpo no eran de miedo. Tampoco de frío. Temblaba de la emoción. De pura y simple emoción, de alegría. Pronto estaría con él. Para siempre juntos, solos contra el mundo, como yo quería desde que nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Juntos. Sin que nadie nos pudiera molestar.

La felicidad me nublaba tanto la mente que ni siquiera me di cuenta de que alguien me había empujado hasta que me di de bruces contra el suelo. La bolsa en la que llevaba las joyas rodó y se alejó de mis manos. Alguien, posiblemente la persona que me había empujado, la cogió y echó a correr.

Traté de levantarme para perseguirlo, pero sentí un fuerte dolor en mi espalda y volví a caer. Noté que el vestido se me mojaba, pero no veía la lluvia por ninguna parte, ni los charcos en el suelo. La cabeza se me estaba embotando y apenas era consciente de lo que ocurría a mi alrededor. El dolor, que hacía un momento estaba concentrado en un punto de mi espalda, se extendió con rapidez por todo mi cuerpo.

Lo que pasó después no lo recuerdo con claridad. Sólo sé, que al acercar la mano a la zona donde el dolor era más fuerte, en la base de la cadera, toqué algo. Algo que no debería estar ahí. Algo duro y frío. En mi confusión, traté de apartarlo… me desmayé segundos después de darme cuenta de que esa cosa estaba fuertemente clavada en mi carne.

Recuerdo ese día como si hubiera ocurrido ayer. Lo repaso en mi cabeza todo el tiempo y me pregunto por qué mi amado no llegó a aparecer. Mientras camino por los jardines, siento el rocío de la hierba mojar mis caros zapatos. Tengo entendido que han pasado varios años desde aquella fatídica noche. Mis padres hace tiempo que murieron y he oído decir a algunos pueblerinos que el castillo en el que una vez viví, por el que ahora paseo, está habitado por un fantasma al que llaman la Doncella… pero sé que no es más que una leyenda, porque yo lo recorro todos los días y nunca la he visto.
Miro al cielo y sonrío al ver la resplandeciente luna, que esta noche forma una esfera perfecta. Hoy será el día, lo sé. La esperanza no me abandona. Hoy por fin me reuniré con mi amado, y nadie podrá estropearlo de nuevo.
Y sé que me perdonará por no tener la bolsa con las joyas.

Nadia A.S