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lunes, 6 de febrero de 2012

La Doncella


A pesar de mis súplicas, mis padres no querían que me casara con ese hombre. Lo miraban con malos ojos y decían que no debía fiarme de él. Pero yo lo amaba tanto...

Él me pidió que me fugara, que nos fugáramos juntos. Lo tendría todo preparado para esa misma noche. Nos reuniríamos en las afueras del palacio, donde me esperaría con un carruaje. Lo único que yo tenía que hacer era coger algunas de mis joyas, porque necesitábamos dinero para comenzar nuestro viaje. A medianoche, escapé de palacio. Recorrí los jardines y me aseguré de que nadie me había visto. El tiempo parecía haberse detenido. No corría nada de viento. No ladraban los perros ni cantaban los grillos. El universo contenía la respiración mientras me veía correr, hasta que por fin, llegué a la puerta principal.

Me tapé la cabeza con la capucha para que nadie que pasara por allí pudiera reconocerme. Sabía que todo era muy arriesgado y peligroso, pero los temblores que sacudían mi cuerpo no eran de miedo. Tampoco de frío. Temblaba de la emoción. De pura y simple emoción, de alegría. Pronto estaría con él. Para siempre juntos, solos contra el mundo, como yo quería desde que nuestras miradas se cruzaron por primera vez. Juntos. Sin que nadie nos pudiera molestar.

La felicidad me nublaba tanto la mente que ni siquiera me di cuenta de que alguien me había empujado hasta que me di de bruces contra el suelo. La bolsa en la que llevaba las joyas rodó y se alejó de mis manos. Alguien, posiblemente la persona que me había empujado, la cogió y echó a correr.

Traté de levantarme para perseguirlo, pero sentí un fuerte dolor en mi espalda y volví a caer. Noté que el vestido se me mojaba, pero no veía la lluvia por ninguna parte, ni los charcos en el suelo. La cabeza se me estaba embotando y apenas era consciente de lo que ocurría a mi alrededor. El dolor, que hacía un momento estaba concentrado en un punto de mi espalda, se extendió con rapidez por todo mi cuerpo.

Lo que pasó después no lo recuerdo con claridad. Sólo sé, que al acercar la mano a la zona donde el dolor era más fuerte, en la base de la cadera, toqué algo. Algo que no debería estar ahí. Algo duro y frío. En mi confusión, traté de apartarlo… me desmayé segundos después de darme cuenta de que esa cosa estaba fuertemente clavada en mi carne.

Recuerdo ese día como si hubiera ocurrido ayer. Lo repaso en mi cabeza todo el tiempo y me pregunto por qué mi amado no llegó a aparecer. Mientras camino por los jardines, siento el rocío de la hierba mojar mis caros zapatos. Tengo entendido que han pasado varios años desde aquella fatídica noche. Mis padres hace tiempo que murieron y he oído decir a algunos pueblerinos que el castillo en el que una vez viví, por el que ahora paseo, está habitado por un fantasma al que llaman la Doncella… pero sé que no es más que una leyenda, porque yo lo recorro todos los días y nunca la he visto.
Miro al cielo y sonrío al ver la resplandeciente luna, que esta noche forma una esfera perfecta. Hoy será el día, lo sé. La esperanza no me abandona. Hoy por fin me reuniré con mi amado, y nadie podrá estropearlo de nuevo.
Y sé que me perdonará por no tener la bolsa con las joyas.

Nadia A.S

2 comentarios:

  1. Muy buen relato, sigue así y llegarás lejos.Un beso

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    1. ¡Muchas gracias! Me imaginaba que este te gustaría, es de tu estilo, jajaja. Es el que leí en la Fiesta Gótica, pero mucho más retocado.

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